PAREJAS QUE COMPITEN
Competir es algo inherente a todos los individuos, algo que se encuentra en la genética del ser humano desde su momento más primitivo y que está incorporado a la conducta de la supervivencia del más apto.
La competencia no se encuentra ausente en las relaciones de pareja, mucho menos en estos tiempos, donde mujeres y hombres comparten espacios comúnes como los del trabajo y la crianza de sus hijos. En décadas pasadas, los roles absolutamente definidos y diferenciados entre los sexos, no creaban tantos espacios de conflicto devenidos de la comparación mutua. Pero hoy en día, ellas y ellos tienen vidas comparables en casi todos los ámbitos, y esto es tierra fértil para generar una competencia que tensa la cotidianidad y la relación perse.
Competir con la pareja podría ser, desde alguna perspectiva, algo estimulante para el progreso mutuo; pero también podría ser una espada que destruye y que genera conflictos que, con el tiempo, podría generar ciertos daños y crear espacios emocionales no gestionados.
El ámbito laboral o profesional suele ser uno de esos aspectos que generan más rivalidad mutua. Quién gana más, quién tiene más prestigio o quién desarrolla más su carrera, se convierten en motivos de competencia.
En una de mis sesiones de coaching escuché, de una cliente, lo siguiente: “Mi marido no ve mis triunfos como algo de victoria común. Mis logros, son míos y los suyos, suyos. Creo que yo también estoy en esa. Me gusta crecer y mostrarle que puedo. Vivimos comparando los alcances de uno y de otro, y cuando uno da un paso, es una sensación rara entre satisfactoria e incómoda. Supongo que me da placer ganarle, pero tampoco quiero a un perdedor a mi lado. Que él se esfuerce por superarme me produce admiración y eso es una parte básica que me atrae de tenerlo conmigo”.
Cuando salí de esa sesión, me fui haciendo diferentes preguntas que me llevaron a reflexionar que una pareja que compite olvida que los logros de cada cual tienen, en parte, un crédito compartido: es más fácil lograrlo cuando se tiene contención sentimental y cuando se es consciente del lugar del otro en la relación.
Podría decirse que determinado nivel de competencia podría ser funcional. La clave está en identificarse como socios, como aliados, evitando sentir que el triunfo de uno significa la inferioridad o minusvalia del otro.
El problema se pone grave cuando la competencia incluye el afecto de terceros, es decir, de amigos y parientes que pueden convertirse en otra razón de rivalidad y se pone aún más serio cuando se incluye la pelea consciente o inconsciente por el amor de los hijos.
Creo que hay parejas que compiten por ganarse el amor de los hijos. Será por los celos, por inseguridades, por egoísmo o simplemente por el protagonismo de aparecer… No sé, pero se nota que hay padres que hacen de todo para que los chicos los quieran más que a sus parejas, inclusive generan hasta la pregunta: ¿mi vida, tu quieres más a mamá o a papá? Y esto en familias bien constituidas. Ni se diga cuando se trata de divorciados; ahí, a veces, la cosa se pone peor. Hay madres que hablan pestes de los padres a sus hijos, y viceversa; o les organizan fiestas, les hacen regalos, les dan permisos, todo para que los chicos los prefieran”.
Los celos y la competencia por el amor de los hijos son sentimientos que los más pequeños pueden generar en los padres, como si fuesen terceros y esto genera discordia en el mundo de la pareja. Las personas cuando damos, esperamos recibir y a veces, cuando se cree que ese amor puede ir hacia otra persona, los padres hacen sus juegos para ganar; Incluso, cuando el rival es el otro progenitor.
El trabajo, quien gana más dinero, el amor de los hijos, el amor de los amigos, el nivel de inteligencia, la capacidad para la toma de decisiones, el control remoto del televisor o la forma de hablar, el estado físico, la capacidad de atracción del otro, todo puede ser motivo de competencia y comparación.
Una dicotomía que suma complejidad al enorme campo de temas de posible confrontación es, por un lado, sentir que se quiere ser mejor que la pareja y por el otro lado, no aceptar estar al lado de alguien que es un fracasado ante sus ojos. La tensión puede ser estimulante y nutritiva, pero también filosa y muy peligrosa.
Mientras pasa el tiempo y duran, las parejas competitivas, viven sólo para demostrarles a sus familiares y compañeros que uno es superior que el otro y que cuenta con más poder. También, en esa competencia puede demostrarse una dosis de inseguridad, que es al revés de lo anterior. Acá, los miembros de la pareja no son muy seguros de sí mismos. A veces, es el miedo o la propia debilidad la que se revela, intentando no dejar al descubierto que sentimos que el otro pueda ser mejor que nosotros y esto podría afectar nuestro aparecer en la sociedad.
Tal competencia podría producirse en el interior de la pareja o del matrimonio y en gran modo se genera de manera inconsciente.
Aun así, hay cosas objetivas que no pueden ocultarse. Una de ellas tiene que ver con el dinero. Ganar más dinero que el otro es una variable de poder; y, en la pareja, ese poder se suele utilizar o puede formar parte de la relación.
Miro, con importancia, que las conversaciones son el pilar que sostiene un proyecto de pareja. Y cuando algún integrante percibe que uno está midiéndose con el otro, conviene tratar el tema y conseguir que esa tensión ceda, asumiendo que el crecimiento de cada persona es producto del esfuerzo compartido.
El amor debería ser la clave para superar la competitividad mutua. Tiene que ser suficiente para que ambos se sientan fuertes, apoyados y contenidos para enfrentar los embates del mundo y de la vida.
Es importante recordarle al otro que los logros son comúnes y que la recompensa de ello será disfrutada por ambos y, si tienen hijos, pues ellos también pasarían a formar parte de ese bienestar.
José Esposito
Competir es algo inherente a todos los individuos, algo que se encuentra en la genética del ser humano desde su momento más primitivo y que está incorporado a la conducta de la supervivencia del más apto.
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