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LA FAMILIA, LA PAREJA Y LOS DEMÁS

LA FAMILIA, LA PAREJA Y LOS DEMÁS


  Hay algo fascinante en las relaciones humanas, porque son distintas según quién y en qué momento las mires. Una relación de pareja no es sólo de quienes la conforman y la viven, sino también, en cierta medida, de aquellos que la rodean e intervienen en el resultado del vínculo.

  Cuando decidimos elegir nuestra pareja y damos el primer paso para tener una relación seria, estamos iniciando también, aunque no seamos conscientes de ello, una relación con los miembros más cercanos de su familia y las demás personas que interactúan a diario con nosotros o que de algún modo forman parte de la historia de nuestras vidas. A menos de que por motivos variados y específicos decidamos no tener contacto con la familia del otro. Pero es un paso natural en una relación de pareja conocer y convivir con la familia del ser al que hemos elegido para compartir una vida en común y con esto inicia una nueva etapa en la relación.

  Entonces, ¿será verdad lo que siempre me dice mi padre en cuanto a que la familia si importa en una relación?

  Quizás en algún momento hayas escuchado decir algo como: “cuando te casas también te casas con tus suegros, tus cuñados, tus sobrinos…” Un dicho que quizá no debe tomarse de manera literal, pero si encierra parte de la verdad, porque la persona con la que entablamos una relación pasa a formar parte de nuestra vida y nosotros de la suya; puesto que entre todo aquello que hemos decidido compartir está también el contacto con las familias con las que crecimos. De hecho, nuestro ámbito familiar se amplía en torno a estos nuevos integrantes que llamamos “familia política”.

  Nunca debemos perder de vista que esas personas son los padres y hermanos de nuestra pareja. Sus vínculos son tan importantes y respetables como los que nosotros tenemos con los nuestros; parece algo obvio, pero a veces y especialmente ante la presencia de un conflicto, puede dejar de serlo. Hablar mal de ellos o intentar distanciarlos puede causar heridas que fracturan también la relación de pareja porque a fin de cuentas él o ella siempre se encontrará en una posición intermedia que, si se vuelve incómoda, es como un constante estar “entre la espada y la pared”.

  También es importante considerar que nuestra pareja debe ser el punto de encuentro en la dinámica de trato que tendremos con su familia que, por lo complejo que es el ser humano y sus emociones, puede convertirse precisamente en lo opuesto: en punto de desencuentro. ¿Por qué? Porque existe el riesgo de que el contacto con la familia política, y especialmente con los miembros más cercanos, se transforme en una competencia para ver quién lo/la ama más y a quién corresponde de mejor manera.

  Así como aparece la familia también aparecerán tus amigos, sus amigos y los que tienen en común. Del grado de amistad que los une, dependerá la frecuencia de los encuentros en los que habrá que descubrir qué tanto tenemos en común con ellos, además del aprecio por nuestra pareja. Es posible que nazca una amistad compartida, pero también pueden surgir problemas por el tiempo que comparten con la pareja. Para evitar que este tema llegue a complicar una relación, es importante dialogar oportunamente.

  El hecho de no llevarse bien con alguno o varios miembros de la familia de nuestra pareja o con sus amigos más cercanos puede llevarnos a una crisis; y una crisis es un momento decisivo en donde tomar decisiones no es fácil porque implica elegir entre una cosa y otra y en ello puede estar implícita la renuncia a algo o a alguien. Sin embargo, un momento de crisis también puede ser la oportunidad de tomar una decisión positiva que implique una integración benéfica para todos.

  ¿Recuerdan la frase que dice juntos pero no revueltos? es esencial saber conservar espacios propios en los que se respete la identidad individual, familiar y de pareja. ¿Y aquella que dice cada cosa en su sitio? es un buen principio para mantener en orden las relaciones con la familia política y los amigos. Buscar un sano equilibrio entre la cortesía y el aprecio sincero, que se deriva del trato cercano y abierto, puede permitirnos conocer realmente a una persona por lo que es y no necesaria y únicamente por su relación genealógica o afectiva con nuestra pareja.

  El amor como afecto genuino, tiene muchos rostros y cada uno de ellos debe tener su lugar y su tiempo en el desarrollo y plenitud de una persona. Que nuestra buena disposición de tener relaciones sanas con la familia y amigos sea una más de las demostraciones de ese amor.

 

José Esposito

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